martes, 29 de julio de 2008

Norman spinrad, he walked among us: Capítulo 1

“Diviértete salvando el mundo, Dex,” dijo Ellie secamente. “Pero esta vez trata de no emborracharte demasiado”
¿Tienes que ser aguafiestas? Dexter Lampkin musitó amargamente.
“Quién soy yo para negarte un poco de diversión fanática.” dijo Ellie, su voz suavizada por cierta autoparodia. Lo besó en la mejilla. “Es sólo que no quiero el auto ensartado en un árbol. ¿Es mucho pedir? ¿Paz?
“Paz”, gruño Dexter y cerró la puerta tras de sí sintiéndose como Dagwood tras recibir en su cabeza una caricia condescendiente de Blondie.
Estaba a punto de cumplir tres años asistiendo a su reunión de los primeros miércoles del mes. Alrededor de una docena de los fanáticos de su novela que ya no se editaba bebiendo cerveza, disimulando un porro ocasional, llamándose a sí mismos “Transformacionistas” y convenciéndose de que haciéndolo de alguna forma salvarían al mundo.
Cada primer jueves del mes se juraba no volver otra vez a una de estas cosas. Cada primer miércoles iba de todas maneras.
¿Por qué?
¿Porque algunos entre estas personas eran verdaderos científicos?
¿Porque creían en Dexter D. Lampkin a pesar de que él los consideraba absurdos?
O quizás, Dios lo ayude, ¿porque alguna parte de sí mismo todavía creía en LA TRANSFORMACIÓN también?
En el antejardín, los vientos Santana sacudían las marchitas y esqueléticas frondas de palmera, ponía a bailar polvorientos remolinos de hojas muertas y secaba los rincones más apartados de su garganta. El angelino promedio profesaba desprecio por los vientos Santana, que destruían los tejados de las casas, avivaban hogueras en la maleza hasta convertirlos en infiernos aullantes, y supuestamente hacían asomar a los locos homicidas. Pero Dexter resopló un gran bostezo mientras atravesaba desde antejardín al garaje.
Dexter adoraba los vientos Santana.
Adoraba esos iones negativos barriendo el desierto, atizando las viejas endorfinas, espoleando sus dendritas con norepinefrina, estimulando la matriz bioquímica adulta-joven de su conciencia hasta la hiperactividad.
Adoraba el modo en que el caliente viento del desierto limpiaba la cuenca de Los Angeles de smog perfumando el aire de bugambilias y chaparral en vez de hidrocarburos inmortales; adoraba los cielos diurnos azules tecnicolores y las noches como ésta, cristalina, calentada a la temperatura de una concha de veinte años, evocando el almizcle del sueño californiano.
Y si el sabor acre del humo lejano más que a menudo condimentaba los vientos Santana, bueno, al menos Dexter no había caído en la trampa de los bienes raíces a pesar de las eternas insistencias de Ellie.
Como le decía siempre, cualquier escritor que sumerja su libertad monetaria en una casa y una hipoteca era un tonto de campeonato. Y cualquiera que pensara que era una inversión inteligente comprar en un lugar famoso por sus terremotos, incendios forestales y aluviones; donde los seguros de costo razonable en general cubren todo excepto los desastres naturales, se merecía lo que tarde o temprano recibiría.
Porque la verdad sea dicha, Dexter también adoraba los vientos Santana porque amar el Viento del Diablo de alguna forma era levantar el dedo del medio en alto, justo en la cara de Los Angeles.
No es que Dexter odiara Los Angeles con el chovinismo provincial de sus antiguos compatriotas del lado de la bahía, que creían que cualquiera al sur del banco de niebla que habían elegido tan astutamente habitar no era nada más que un bruto estúpido descerebrado monótono de Orange County.
De hecho, uno de los encantos de Los Angeles era justamente la falta de un equivalente para ese entusiasmo hipócrita norcaliforniano. Mientras en el área de la bahía fecundaba sin parar esta supuesta rivalidad con la tierra de los ángeles, la gente de aquí a penas estaban brumosamente concientes de la existencia de San Francisco; clima de mierda pero excelentes restoranes de comida china e italiana, cierto, quizá me escape algún fin de semana si tengo oportunidad, chicas.
La zona de la bahía se tomaba mucho más en serio que cualquiera. L.A no se tomaba en serio para nada. En lugar de chovinismo, lo que les sobraba a los Angelinos era actitud.
La actitud que se expresaba en tiendas de hot-dogs en forma de hot-dog, casas iguales a la versión Disney de Bagdad, Camelot, el Teatro Chino o el Egipcio, y, ciertamente, el letrero de “HOLLYWOOD” en sí: un inmenso emblema para proclamar lo obvio en letras faraónicas levantadas como torres cuyo grosor a penas pasaba el par de moléculas.
A nivel personal, uno sabía que había alcanzado la correcta actitud angelina cuando (¿cuándo más?) encontraba un alma gemela en forma de auto.
Dexter abrió la puerta del garaje y saludó a la suya con una sonrisa infantil. Cuando Dexter y Ellie vivían en Berkeley, habían tenido un Toyota más o menos nuevo y un Volvo más o menos antiguo, pero de ninguno se podría decir que era su alma gemela. Aquí en Fairfax, sin embargo, su garaje con espacio para dos autos guardaba (aparte de cajas de manuscritos originales añejos que de seguro valdrían un buen dinero vendidos como artículos de colección algún día) el Pontiac Firebird coupe de Elli comprado dos años atrás, nuevo y aún bajo garantía, y el ancestral Alfa- Romeo convertible de Dexter.
Bajo cualquier estándar automotriz racional, el Alfa era un pedazo de mierda no confiable. Las empaquetaduras gastadas hacían que tragara aceite a una tasa de medio litro cada mil quinientos kilómetros, la caja de cambios hacía ruidos ominosos, había que mantener la palanca en segunda marcha, y el sistema eléctrico había sido reconectado tantas veces por novatos que incluso las baterías de larga duración morían misteriosamente, como siempre, en los momentos menos oportunos.
Pero Dexter adoraba el Alfa. No por sus tan obvias falencias, sino porque era de hecho un auto deportivo italiano auténtico que tomaba las curvas como si estuviera montado en rieles, te golpeaba la cabeza de una manera grata una vez que salías de una y seguías en segunda marcha, y en general era divertido ir y venir hacia el mecánico, cosa que ocurría con frecuencia.
¿Era muy juvenil que un viejo escritor profesional de 43 años, de torso en expansión, y una esposa y un hijo que mantener despilfarre cerca de tres mil dólares al año entre el seguro, cuentas de reparación, aceite y costosas piezas italianas importadas para mantener su decrépito sueño mojado automotriz?
Ellie ciertamente tenía esa opinión.
“Es patético, Dex, es tu crisis de los 40 años sobre ruedas. ¿Cuándo vas a botar esa basura y comprar otro auto más confiable?”
“La mantención del Alfa cuesta menos que una cuota para un auto nuevo” señalaba Dexter con lógica.
“Acabo de ver un Celica (o un Civic, o un Plymouth, da lo mismo) de hace cuatro años que costaba 3 mil quinientos”, ella le decía, “podrías llegar a regatear hasta 3 mil en efectivo. Cada año meas la mitad de eso en reparaciones y aceite.”
En ese momento, Dexter le lanzaba el fantasma de la misma mirada lasciva que había atraído su alguna vez sabroso cuerpo juvenil hacia él desde un lado de una habitación atestada hace una década; la glamorosa mirada lasciva macho-alfa del Dexter D. Lampkin de treinta y un años, una joven estrella en ascenso dentro del circuito de convenciones de ciencia ficción.
“Más barato que una amante en un vestido ceñido y del mismo color que el auto“ decía él.
Era una vieja broma que hace tiempo había dejado de ser graciosa, y una amenaza que hace mucho había dejado de tener mordacidad.
Ellie sabía que de tiempo en tiempo él cogía alguna de las listas y dispuestas asiduas a las convenciones cuando ella no estaba para detenerlo, pero también sabía que no era probable que en tales situaciones se follara a nadie que le importara contemplar por la mañana. A su vez, él sabía que a ella no le importaba mientras respetara su derecho a no enterarse.
Ambos sabían demasiado bien qué pasaba entre los escritores y sus fans en estas convenciones. Ambos sabían que no era más que un baile de máscaras que servía de enmarcado para novelitas rosas eróticas. Así había sido cuando se conocieron en aquella fiesta editorial organizada por la Weterncon de Seattle.
Dexter D. Lampkin había ganado el premio Hugo para la mejor novela de ciencia ficción el año anterior: un trofeo metálico en forma de cohete otorgado más bien por los fans que organizaban estas convenciones que por sus pares literarios, pero de todas maneras un trofeo fálico que se le entrega a alguien no competamente por sobre el resto para que lo añada a su reputación de macho-alfa de convención de ciencia ficción.
Que consistía más en emborracharse o drogarse lo suficientemente rápido como para perder la autovaloración estética-sexual que en endulzar las insípidas habilidades de seductor. Porque cualquier escritor publicado que se bañara una vez al mes y pesara menos de 150 kilos (y algunos de éstos también) podían conseguir sexo en estos lugares. La pregunta era ¿con qué?
¿Por qué los fans de ciencia ficción tienden a estar en sobrepeso? ¿Por qué parecen ser más o menos iguales entre sí y tener la mirada tan extraña? ¿Por qué las masas que atochan los hoteles donde se organizan las fiestas de las convenciones exudan tales nubes de feromonas anti-sexuales?
La historia que Norman Spinrad le contó a Dexter en una u otra convención poseía el horrible halo de verdad científica.
“Mi novia, Terry Champagne, tiene una teoría que se toma bastante en serio sobre el hecho de que la adherencia a la fanaticada ciencia ficción está ligada genotípicamente a una distancia mínima entre los ojos, hombros pequeños y culos enormes. Una vez, en camino a una convención en un pulguiento hotel de Herald Square en Nueva York, nos quedamos afuera observando a la gente que pasaba en todas direcciones, al metro, a tiendas de ropa, mueblerías, cines… la curva gaussiana de gente normal en su amplitud más azarosa. A modo de experimento científico, nos quedamos frente al edificio del hotel tratando de predecir quién entraría y quién no. Terry acertó por encima del 75%.”
Ellen Douglas, sin embargo, hubiese pasado inadvertida como fanática de ciencia ficción según el criterio genético de la antigua novia de Spinrad.
Cierto, Dexter había escuchado de ella gracias a su reputación antes de ponerle los ojos encima, porque Ellen era conocida según lo que en el mundo de la ciencia ficción se entiende por Fan de Alto Rango, lo que en el ámbito del rock se hubiese llamado una Súper Groupie. Alguien, en otras palabras, que era famosa por ser famosa.
Sin embargo, en el mundo de la fanaticada de la ciencia ficción, generalmente no se adquiría tal estatus follando con estrellas como Dexter D. Lampkin. Se follaba con las estrellas adquiriendo el estatus de Fan de Alto Rango. Esto se podía lograr colaborando en los comités que organizaban las convenciones, publicando revistas amateurs de fanáticos o escribiendo para ellas, presentando trabajos en las exposiciones de las convenciones, causando una gran impresión en las fiestas de disfraces, participando en las “mesas redondas de fans” de las convenciones, o combinando cualquiera de estos factores.
Dexter conocía a Ellen Douglas por su reputación de organizadora de convenciones, por su personalidad participativa en las mesas redondas de fanáticos, y por ser una columnista de chismes en una revista.
También tenía reputación de ser una gran belleza que dejaba a todos babeando en las fiestas de disfraces haciendo gala de trajes minimalistas, pero, siendo como eran los estándares de exigencia de la fanaticada, Dexter había restado crédito hiperbólico hasta el momento en que sus ojos se encontraron por primera vez a través de un océano de carne flácida en Seattle.
Está bien, o sea, esta chica podría no calificar como material cinematográfico, pero sí, algo tenía, y en especial dado que el contexto de una convención usual lo ponía a la vista.
Su pelo rubio natural ondulaba en este increíble afro que llevaba entonces, facciones regulares, ojos verdes grandes con su espacio separador normal, y este fantásticamente maduro cuerpo apenas contenido con mucha maña en un ceñido vestido negro de corte bajo y abertura por el muslo, produciendo un efecto de una Vampira con escote de bikini.ç
Fue un momento mágico, y una noche caliente, y un salvaje fin de semana, y una especie de frenético romance a campo traviesa en cámara lenta, pues Dexter y Ellen follaron por seis meses entre una convención y otra, hasta que finalmente abandonó su arriendo en San Luis y se mudó con Dexter a un pequeño departamento en San Francisco, y al poco tiempo a una casa en Berkeley.
Por dos o tres años fueron la Pareja Dorada de la Esfera de Co-prosperidad de la zona de la Gran Bahía: los círculos de escritores de ciencia ficción, su gente, la gente de su gente, y la circundante nube de fans, colgados, científicos esotéricos, y Traficantes de Drogas de Alto Rango que conformaban la comunidad de ciencia ficción más grande de los Estados Unidos.
Ésos eran los días para ser joven, estar enamorado, ser un escritor de ciencia ficción de Berkeley, y para ser Dexter D. Lampink.
El género de la ciencia ficción acababa de completar su transformación desde las aguas estancadas de la publicación en folletines de papel de baja calidad (donde por un cuarto de siglo ganar cinco centavos por palabra y tres mil dólares por novela hubiese sido considerado un triunfo) hasta lo que llegó a ser una institución editorial de las más grandes y mejores dividendos. Lo que significaba que un joven talento entrado en onda como Dexter D. Lampkin podía pedir 30 mil o 40 mil por novela.
Ésos eran los días, amigo. Dexter podía tomarse seis meses o incluso un año para escribir una novela. Podía costear su compromiso literario y su idealismo social y disfrutar una vida de relativa paz burguesa al mismo tiempo.
Hasta podía creer que podía cambiar el mundo.
Muchos escritores de ciencia ficción lo creían, y, para bien o para mal, algunos de ellos ostensiblemente lo hicieron. Arthur C. Clarke inspiró el satélite geoestacionario de telecomunicación; los astronautas del Apollo le dieron el crédito a la ciencia ficción por encaminarlos hacia la luna; Duna y Forastero en tierra extraña prefiguró a los hippies y a la Contracultura; y L. Ron Hubbard convirtió un proyecto de novela corta en un fraude religioso multimillonario real.
Dexter hasta había leído un texto de cierto intelectual francés que opinaba que los escritores de ciencia ficción deberían reunirse, decidir cuál era el futuro óptimo para las especies, y, ambientando todas sus historias en ese futuro, llamarlo a ser desde entonces.
Dada la dificultad que tenían tres escritores de ciencia ficción escogidos al azar para ponerse de acuerdo en cuántas letras componían una palabra de cinco centavos o para decidirse a encargar comida china o italiana, este tipo de mesianismo colaborativo no parecía completamente práctico…
Sin embargo…
Dexter peleó para quitar la tapa, miró bajo el auto para observar si la poza de aceite valía una revisión con el medidor, decidió que no, encajó la llave e hizo el usual gesto de alivio una vez que, tras la acostumbrada expectación y duda del motor de partida, pudo encender el auto.
Sin embargo…
La comunidad ya había aceptado ciertas verdades como evidentes, que aún debían penetrar los obtusos caparazones mentales de los así llamados “mundanos”, o sea, el resto de la especie.
En primer lugar, que la tierra era meramente la cuna de una humanidad futura en el espacio, y que su obvio corolario anti-antropocéntrico, según el cual, en una galaxia que contiene cientos de millones de estrellas similares a la nuestra, es ridículamente arrogante presumir que nuestra evolución es la única.
Y dada la naturaleza ordinaria y la vida media de nuestra estrella, la era de nuestra especie debería estar ubicada por la mitad de la curva gausseana galáctica, lo que significa que deberían aparecer civilizaciones avanzadas que hayan conquistado el espacio y que hayan alcanzado control por sobre la materia, la energía y la estabilidad a largo plazo.
Un intelectual no menor que Enrico Fermi se hizo la pregunta obvia: Si es así, entonces ¿dónde están? ¿Porqué no los hemos detectado? ¿Por qué no nos han visitado o al menos no han enviado una postal cósmica?
Porque a menos que creyeras en platillos voladores o en las disquisiciones de Erik von Danniken la respuesta era en gran parte desalentadora.
Principalmente porque la tendencia natural de las especies racionales era a autoexterminarse antes de evolucionar a un estado de estabilidad a largo plazo.
Después de todo, era difícil imaginar que cualquier especie pudiera desarrollar el viaje espacial sin liberar los fuegos Faustos del átomo. Era difícilmente garantizable que cualquier especie creara fuentes de energía limpias como la fusión o el poder solar disponible en el espacio sin que antes las tecnologías precursoras necesarias como combustibles fósiles y fisión nuclear envenenaran sus biosferas. Y éstos eran justamente los más obvios motivos que hacían pensar que nuestra especie estaba a punto de extinguirse. Un final distinto pero igual de trágico para cualquier otro grupo de idiotas parecidos a nosotros no se escapaba de la esfera de las posibilidades.
A Dexter se le ocurrió de golpe una noche en medio de una larga y drogada reunión informal con varios escritores de ciencia ficción y un famoso científico que quizás pecando de hybris (probablemente de una variedad retorcida) pensaba que la raza humana se encontraba en cualquier lugar excepto cerca del medio de la campana gaussiana de estupidez galáctica.
Parecía lógico asumir que simplemente éramos los imbéciles promedio, que la presente crisis en que hemos ingresado, digamos, desde Hiroshima, era algo por lo que todas las especies racionales debían atravesar; el momento de la historia, en palabras de Dexter, cuando los lunáticos se toman el asilo.
Tarde o temprano cualquier especie tras desarrollar una tecnología que evolucionara pondría sus pequeños seudópodos sobre el poder del átomo: mucho antes de que su actividad comenzara a ejercer efectos impredecibles sobre la biosfera; un poco después o un poco antes de que descifrara el código biológico y comenzara a jugar con los genes básicos constitutivos; probablemente mucho antes de que tuviera la tecnología para escapar de las consecuencias colonizando otros planetas.
O las flaquezas de la raza humana exhibían sólo mutabilidad promedio antes de evolucionar hasta conseguir la necesaria sabiduría para transformarse en una civilización capaz de sobrevivir a un par de centurias de su propia historia.
Un asunto de temer.
La raza humana estaba atravesando su propia crisis transformativa en este mismo instante, y juzgando por la falta de buenas noticias desde el espacio exterior, las posibilidades de salir triunfantes de la negociación oscilaban entre pocas y ninguna.
Por otro lado, el agente neoyorquino de Dexter estaba en problemas para conseguirle un contrato de 40 mil dólares por una novela a partir de un esquema de 30 páginas que había delineado sobre este tema durante un desenfrenado fin de semana con la ayuda de una hierba excelente.
Dexter puso el Alfa en marcha, lo sacó del garaje, rascó algo de su panza en lo que no se molestó en prestarle darle atención mientras doblaba para salir de la autopista y dirigirse hacia el Norte por Curson, hacia su reunión con los más bien patéticos fans actuales de su propia novela visionaria, una novela que su agente todavía no había podido volver a llevar a las imprentas.
“Transformacionistas” se hacían llamar. Su Biblia, el ejercicio de Dexter D. Lampkin en mesianismo ciencia ficción, el libro que de verdad pensó que cambiaría el mundo, se llamaba LA TRANSFORMACIÓN.
Una lejana antena espacial de la NASA capta un mensaje de una civilización extraterrestre en forma de una oración fúnebre; una especie no mucho más avanzada que la nuestra, que ha destruido la viabilidad de habitar su planeta mediante la guerra nuclear, la degradación atmosférica, y finalmente una horrorosa plaga causada por la experimentación con ingeniería genética desafortunada.
Peor aún, estos alienígenas han recibido mensajes similares de varias otras especies inteligentes que también se han autodestruido gracias a una imbecilidad similar. Esta parece ser la norma galáctica. Si existe alguna especie inteligente allá afuera que haya superado exitosamente su crisis transformacional, no tiene interés en lanzar ayuda extranjera a planetas de Tercer Mundo.
El gobierno trata de calmarse un poco antes de decidir sobre esto, ya que es evidente que las medidas necesarias para evitar la catástrofe requerirán, por un lado, enormes inversiones y los consecutivos aumentos (políticamente imposibles) masivos de impuestos, y el cese de actividades económicas resultantes en la disminución de al menos dos tercios del PIB por el otro.
Pero algunos científicos en conocimiento de esto están horrorizados, así que gradualmente cuaja una conspiración de “Transformacionistas”.
Lo que debía hacerse para transformar a la raza humana en una exitosa especie de larga vida y proliferación espacial no es tan difícil de desentrañar para esta red internacional de talentos científicos de alto calibre. Grandes raudales de dinero debían ser gastados en desarrollar la fusión, la tecnología solar disponible en el espacio, la colonización del sistema solar y la fotosíntesis artificial. El uso de combustibles fósiles y el uso de grandes reactores de fisión nuclear sucia debían detenerse asumiendo las consecuencias económicas que fueran; grandes tractos de tierra cultivable debían ser reforestados, y, ha, cierto, probablemente se requería un completo desarme nuclear también.
Sí, claro. Seguro. ¿Y cómo se suponía que encajarían esta información en la garganta de nuestra especie?
Tras un par de giros pertinentes en la trama, llegan a concebir la idea de crear un alienígena del espacio exterior, un visitante de una distante civilización que ha sobrevivido a su propia crisis transformacional para que sirva como falsa evidencia.
Sus estudios sicológicos muestran que una diosa del espacio sería más aceptable que un dios, así que reclutan a una gastada hippie de 16 años fugada de un orfanato y se ponen a trabajar. Perfilan la perfecta fantasía erótica transnacional, y mediante cirugía y ajustillos genéticos la transforman en la mujer más extraordinaria que el mundo haya visto, de piel verde manzana y pelo púrpura.
Con drogas y varios aparatos sci-fi aumentan su inteligencia hasta el nivel super genio, la programan con la historia milenaria y el conocimiento científico de su avanzada civilización imaginaria de la que supuestamente viene, y con más drogas y sofisticadas técnicas hipnóticas borran toda la memoria de su antigua encarnación hasta que ella se convenció de que era Lura, embajadora de la Hermandad Galáctica de Civilizaciones Avanzadas, enviada desde grandes distancias y a un gran costo para salvar la tierra.
Con varios efectos especiales a su disposición, los Transformacionistas venden a Lura como la salvadora del espacio y comienzan a ejecutar la gran Transformación a través de ella, presentando su programa visionario como el ensayado y verdadero camino de todas las civilizaciones que han salido exitosas de sus crisis transformacionales.
Tras muchos giros en la trama, la civilización de la tierra de hecho se transforma. La excusa argumental para el final es que un mafioso de los despojados rapta a Lura, lo que terminará en su eventual martirio.
Algunos de los Transformacionistas tratan de decirle al mundo la verdad para salvarla, pero ya que la propia Lura incluso ante su propia muerte los contradice creyendo sinceramente que es un ser noble de una civilización avanzada, no pueden salvarla, es martirizada y los Transformacionistas no tienen otra opción que dejarla convertirse en la leyenda que pone el sello final en la gran Transformación.
En el epílogo, una inmensa nave madre se muestra en el sistema solar y da la bienvenida a la verdadera Hermandad Galáctica de Civilizaciones Avanzadas. La tierra ha superado su Crisis Transformacional por sus propios medios. Lo que era el requisito de admisión, y explicaba el silencio galáctico. La Hermandad Galáctica no tenía interés en comunicarse con especies que aún no han probado ser dignas.
Dexter vació su corazón y alma en esta novela.
Terminó apoderándose de su vida completamente, se convirtió en una obsesión, una misión, una causa.
Antes de que siquiera se sintiera listo para empezar, sintió que debía recorrer el circuito de convenciones, servir tragos y drogas a científicos conocidos y conocidos de éstos, alabarlos, preguntarles, embaucarlos para que le sirvieran como consultores para crear algo no muy distinto al complot Transformacionista de su novela no escrita (o al menos de lo que tenía en su cabeza en ese entonces).
Para el momento en que Dexter estaba listo para escribir la primera página, habían pasado borrosamente 6 meses desde que firmara el contrato, había gastado cerca de 5000 dólares en viajes y diversión, y tenía una carpeta de papeles especulativos de científicos de vanguardia de alrededor de 2000 páginas.
El contrato estipulaba que Dexter entregara el manuscrito en 12 meses. Se atrasó 8 meses. El contrato solicitaba alrededor de 100 mil palabras, pero Dexter entregó 250 mil, y tras tres meses de editar bajo supervisión editorial aún así quedó de 220 mil. Había exigido un trabajo más arduo y prolongado de lo que Dexter había hecho nunca, y para el momento en que llegaron las pruebas de impresión, los 40 mil los había gastado hacía rato.
Pero tal trivia económica mundana no importaba. Dexter sabía que LA TRANSFORMACIÓN era su obra maestra, su destino, su trabajo por el que su nombre sería recordado por mil años, la misión por la que había nacido para cumplir.
Se publicó seis meses después y fue una bomba.
Bueno, no exactamente. Sí vendió 4500 ejemplares en tapa dura y la re-edición de bolsillo sí vendió 47 mil copias antes de dejar de ser impresa. Lo que no era un resultado horrendo para una novela de ciencia ficción, pero, por supuesto, no eran cifras que salvarían el mundo o le granjearían 40 mil dólares de avance para su próxima publicación.
“Es muy intelectual para los niños que dominan el mercado sci-fi, Dex,” le dijo su agente, “lo que quieren es una telenovela ambientada en el espacio, o con magos y dragones; novelizaciones de Star Trek o Star Wars, o continuaciones de juegos de rol, y novelas basadas en la lista de supermercado de Isaac Asimov o Arthur C. Clarke”
Quebrado, devastado, con Ellie embarazada de Jaime, Dexter pasó diez días fumando porros, escuchando a su esposa quejarse y observando el hoyo negro en que se había convertido de pronto su vida.
Su agente lo tenía todo calculado. El onceavo día le lanzó la otra mitad de la torta.
“Oye, no significa que tu carrera se haya acabado, Dex. Te has granjeado una reputación como escritor de ciencia ficción con la habilidad probada de entregar 100 mil palabras de material sólido al año. He estado olisqueando. Dame un buen proyecto para una trilogía, preferiblemente de fantasía, y estoy seguro de que puedo conseguirte un contrato por 30 mil por libro. Quizás un poco más si tiene potencial para convertirlo en juego.”
“¡Que te den por el culo!” Dexter gruñó y le colgó el teléfono.
“¡Que te den a ti por el culo, Dexter D. Lampkin” fue lo que le dijo Ellie una vez que le refirió la conversación. “¿De qué vas a vivir? ¿De tus derechos de publicación polacos?”
Ella siguió martillándole. Las cuentas comenzaron a apilarse. Le quitaron su tarjeta de crédito. Muriendo por dentro, Dexter estaba a punto de entregar su alma a lo inevitable cuando se encontró con Harlan Ellison en una convención en Phoenix.
Ellison, un guionista de Los Angeles y escritor de cuentos que había gozado de un alto nivel económico por décadas, le dejó las cosas claras sin términos medios.
“Estás loco, Lampkin, tipos con tu talento no necesitan esta mierda, no necesitan masticar excrementos para mantenerse vivo: no mees sobre el trabajo que te importa y no te vendas barato. En vez de escribir trescientas páginas de mierda sci-fi y arruinar tu reputación por 30 mil dólares de un golpe, ven a Hollywood y escupe guiones de TV de 48 páginas por un mínimo de 15 mil. Compra tiempo para hacer tu verdadero trabajo y mantenlo separado del que haces para pagar la renta.”
Los vientos Santana revolvieron el cabello de Dexter a medida que cruzaba la avenida Sunset y enfilaba por Laurel Canyon hacia las colinas. La noche era cálida, el cañón estaba embriagante de perfume vegetal. Mantuvo el tacómetro a 3000 mientras tomaba las curvas
Pero no había funcionado tan pulcramente como la pintura que Harlan le había dibujado. Los trabajos para programas de TV de horario estelar eran pocos y separados en el tiempo. Sin embargo, considerando sus alternativas, Dexter creía que lo estaba haciendo bien.
Los programas de caricaturas del domingo en la mañana eran lo que más le daban a un escritor de sci-fi de mediano renombre como él, que estaba acostumbrado a escribir novelas cortas en el mismo tiempo que los vagabundos usuales se tomaban para escribir un guión de treinta páginas. Y a pesar de que el dinero era una mierda, generalmente llegaba cuando lo necesitaba. También había cierta cantidad de trabajo para revistas, mierdas sobre futurología que hasta podía escribir dormido. Hasta se dio cuenta de que tenía talento para escribir reseñas para las contraportadas de álbumes de música, avisos publicitarios, lo que sea, incluso escenas para tiras cómicas de tercera clase.
El consejo de Ellison salvó a Dexter de caer en la faránula literaria. Ganaba suficiente dinero ejecutando esta “farsa una vez por Semana” para poder pasar la mitad de su tiempo escribiendo lo realmente suyo sin bloquearse pensando que las novelas en que vaciaba su corazón y alma probablemente no le conseguirían ni avances mediocres.
Estaba lo suficientemente más viejo y sabio para saber que la mayoría de los escritores de ciencia ficción tenían un libro como LA TRANSFORMACIÓN publicado: una obra maestra visionaria que expresaba el brillo de su genio y que iluminaba al mundo. Era lo suficientemente más viejo y sabio para saber que la mayoría explotarían como bombas, mientras que los sobrevivientes lamían sus heridas y seguían adelante.
Era lo suficientemente adulto en este momento para saber que el Alfa era tal herramienta de extensión metafórica para el estado de su propia vida que el propio Sigmund Freud se reiría hasta las barbas de este cuarentón de visión única que escondía la abultada panza mientras subía por la avenida Mullholland para encontrarse con los fantasmas de su juventud en su igualmente pasado de moda pene italiano rojo sobre ruedas.
Pero mientras cruzaba Mullholand, sin embargo, el destino le envió una señal.
Subiendo desde el valle venía otro Alfa rojo aproximadamente igual de viejo. También descapotable, y en él sentada la prototípica belleza californiana, largo cabello rubio miel agitándose en el viento, de aproximadamente unos 25 años.
Ella tocó su bocina.
Dexter tocó de vuelta.
Su sonrisa era radiante.
Dexter saludó con la mano y ella se había ido.
Pero no antes de recordar que fue el mismo Sigmund, fumador empedernido, quien, espoleado por algún sabelotodo sobre la obvia naturaleza cilíndrica del objeto perpetuamente encajado en su boca, dijo “por otro lado, a veces un cigarro es sólo un cigarro.”

"¿Un Kapplemeyer’s?" preguntó la barbie. "Ni siquiera un Grossinger’s? Por décima vez, Jimmy, qué diablos hacemos en Catskills en noviembre?"
"Buscando talento, niña," le dijo Texas Jimmy Balaban mientras giraba el Buick arrendado para salir de la autopista tras el astillado letrero de madera y salir a la carretera, que probablemente no la pavimentaban desde que George Burns todavía hacía pareja cómica con Gracie Allen.
"¿Aquí?" preguntó la barbie, que se llamaba Sabrina.
"Un asunto de instintos, cariño” murmuró Texas Jimmy tras introducir exitosamente el auto en un bache gigantesco. “La nariz sabe”.
¿Qué se supone que le iba a decir? ¿Que el Country Club Resort Hotel Kapplemeyer’s era el tipo de basurero donde no lo encontrarían ni muerto? ¿Que tenía razones para creer que el delicadito detective de divorcios contratado por Marsha para divorciarse no pensaría en buscarlo ahí?
Te estás haciendo muy viejo para esta mierda, Jimmy, se dijo mientras estacionaba el auto frente al hotel.
Sí, seguro… esto es lo que se había estado diciendo en momentos como este por casi 25 años. Estás llegando a ser muy viejo para casarte de nuevo, muy viejo para que te vacíen de nuevo en una corte de divorcios, muy viejo para andar persiguiendo conchas jóvenes, muy viejo para andar esquivando encargados de seguridad de hoteles y fisgones varios. Cierto. Ya aprendí mi lección. Nunca más.
Era cierto. Texas Jimmy no tenía ninguna intención (bueno, casi ninguna) de perseguir zorras en este viaje a Nueva York. De verdad había venido a la Gran Manzana por negocios; quizá no buscando talentos, pero a asegurarse de cerrar el negocio con unos comediantes que ya tenía bajo contrato. Lo único que había hecho era sentarse en el bar del hotel para tomarse unos tragos sin esperar que pasara nada. No en el fondo.
Pero dejen que un parachoques formidable como el de Sabrina caiga en escena, que un par de jugosos labios rojos empiecen a susurrar justo después de que él se acordara de mencionar que era un exitoso buscatalentos de Hollywood…
¿Cómo diablos iba a saber que el Investigador Privado de Marsha lo había seguido desde la costa con sus micrófonos y cámaras? De todas maneras, le había deslizado 50 dólares al encargado de seguridad para que le avisara si algún astuto rondaba su cuarto olisqueando ¿Acaso no hacían eso todos? ¿No era acaso un asunto de mantener tu culo protegido por si acaso? ¡Mira en la mierda que se hubiese metido de no hacerlo!
"Te calientan las pillerías, Balaban," le solía decir su segunda esposa. "Es andar revolcándote en moteluchos de segunda lo que consigue levantar tu patético pajarraco, no las descerebradas que te follas. Si no anduvieras buscando detectives y abogados de divorcio por encima de tu hombro nunca se te pararía!"
Bueno, Tanya podía ser una zorra mecánica con las disposición de un guepardo frenético, y Texas Jimmy podía tener problemas para recordar demasiadas situaciones en que la impotencia no fue el peor de sus problemas, pero de todas maneras, en sus momentos más filosóficos, tenía que reconocer que en cierta medida tenía razón.
Un estado de monogamia con una esposa e hijitos en una gran casa en Thousand Oaks con todo el paquete incluido era imposible de imaginar para Texas Jimmy sino como el equivalente moral en un estado terminal de Boca Raton o Sun City. Por otro lado, un cierto carácter romántico, o fijación neurótica, o un autoconocimiento instintivo sobre el que sabía era mejor no detenerse a pensar evitaba que simplemente llevara la vida despreocupada soltera del playboy desprendido del mundo.
No es que disfrutara ser rastreado por detectives de divorcio; no es que haya disfrutado las consecuencias financieras de sus dos primeros divorcios; no es que anticipara los resultados de su inminente tercero con lo que llamaríamos expectación. Pero tenía que admitir que los vuelcos que significaron en general sí colaboraron a mantener su equilibrio.
Acerca de esto, sabía que era como con los comediantes que tenía. Los que llevaban la vida sexual que envidiaría una mamá judía eran pocos y se daban rara vez, pero de la docena o menos en el establo de Texas Jimmy, ocho estarían atravesando un periodo de locura problemática en uno u otro momento. No significaba que tenías que ser un neurótico para ser un comediante, o que hacer monólogos cómicos te aseguraba pasaje al salón acolchonado, pero tenías que mantener ese equilibrio para seguir siendo gracioso. Como un tope: una vez que dejas de girar y dar vueltas tiendes a caerte de culo.
El Country Club Resort Hotel Kapplemeyer's consistía en cinco pisos de madera pintados de verde opaco con adornos verde bosque. Un hundido porche de extendía frente al edificio. Sin duda, en el verano las sillas de playa estarían atestadas de viejos anestesiados y las oxidadas mesas rústicas de jardín atiborradas de sus tragos empalagosos preferidos (en vasos largos y copas anchas con sombrilla). Pero ahora el antejardín estaba desierto, de alguna forma haciendo que el lugar pareciera aún más mortífero de lo que probablemente era.
"Dios mío," observó Sabrina cuando el anciano botones encajado en un esmoquin verde-moho-vómito apareció en la entrada y bajó las escaleras temblando.
"Bueno, sí...."
En la recepción, un cano y un tanto curvo encargado se las arreglaba para mantenerse de pie tras un mesón demasiadas veces rebarnizado que alguna vez pareció enchapado de nogal barato. Se podía ver un comedor tras las cerradas puertas de vidrio a la izquierda. A la derecha, una puerta abierta que daba al club nocturno del hotel. El cartel decía "El Fabuloso Sunset Room de Kapplemeyer's" con letras doradas gastadas. La recepción la componían tres viejos gandules vestidos con chaquetas y pantalones de poliéster y dos viejas encajadas en horrendos pantalones de capri color pastel
"¿Qué hacemos en este sucucho?" Sabrina susurró sobre el oído de Jimmy mientras se acercaban al mesón.
"Te dije, son negocios”, le espetó Jimmy de vuelta.
"¿Sí, señor?" dijo el encargado en un cansado suspiro, "¿puedo ayudarlo?"
Espero que sí, pensó Texas Jimmy mientras observaba los labios de Sabrina, gruesos como picados por abejas, hacer una mueca de escepticismo cada vez más agria. Se había tomado la precaución (¿acaso no lo hacían todos?) de untar al encargado de la sucursal de Nueva York con 20 dólares para que se la reservara. Sus instrucciones habían sido: “Dile que soy un exitoso agente de Hollywood que no quiere paparazis molestándolo, que su discreción será premiada.” ¿Y era la verdad, no?
"Tengo una reserva" dijo. "A nombre de Balaban...."
"¿Texas Jimmy Balaban?" preguntó el encargado despertando de su coma.
Jimmy sonrió con patronazgo, mirando de reojo a Sabrina a su derecha: sus ojos se habían ensanchado y su mueca se alivianó. "El mismo y único," dijo.
"Le tenemos reservada la suite presidencial, Sr. Balaban…"
"Oiga, yo no…"
"Sin recargos, por supuesto, cortesía de la administración."
Sabrina sopló un guau insonoro. Ésa era la idea. Pero el regalo extra había sido más de lo que Jimmy esperaba.
"Bueno, eso está muy bien, se lo agradezco" dijo. Se inclinó un poco más cerca, asintió en dirección de Sabrina, y le entregó uno de 20 al encargado guiñando un ojo de modo exageradamente sutil. "Pero si alguien pregunta, no estoy; el cuarto está registrado a nombre de Joseph P. Blow, ¿está bien?"
La suite presidencial en verdad era grande. Tenía un living que daba a la bahía por encima de las canchas de tenis desiertas y los bosques a lo lejos; un gran dormitorio con una cama king; y un baño monstruosamente grande con un jacuzzi doble empotrado en el suelo y dos duchas separadas. El aire dentro de la habitación, sin embargo, estaba tan rancio como el libro de chistes de Joe Miller; el tapiz de los sillones del living exudaban un olor a polvo que una pasada rápida con una aspiradora no podrían ocultar; el primer chorro de agua de las llaves era de un café oxidado; y había un repetitivo sonido en las cañerías que daban a la taza.
El Kapplemeyer's probablemente lo podía arrendar a su precio original igual de seguido que las veces que Frank Sinatra visitaba el “Fabulous Sunset Room,” lo que explicaba porqué se lo habían ofrecido gratis en vista de ser un exitoso agente de Hollywood a pesar de no era la temporada de producción.
Aún así....
"Nada de mal, ¿no?" Jimmy dijo mientras Sabrina saltaba de aquí para allá por el living.
Ella se sentó en un sillón. Jimmy se paró a su lado mirando su escote.
"No era una farsa", dijo, “¡En verdad eres un importante agente de Hollywood!"
Texas Jimmy le sonrió. "¿Te mentiría?" murmuró.
Sabrina puso sus manos sobre las suyas. "¿Sabes qué me gustaría?" dijo suavemente.
"¿Qué?" Jimmy murmuró.
"¿Podríamos…podríamos encargar champaña? Sería perfecto, como en las películas..."
"Seguro," dijo Jimmy. "Voy a llamar a servicio a la habitación. Ve al baño y te pones algo más cómodo.” Pestañeó lúgubremente. "O mejor no te pongas nada...."
Sabrina se fue entre risitas. Jimmy llamó a servicio a la habitación.
"Una botella de champaña."
"¿De qué marca?"
"La mejor que…Uh, algo con clase que no cueste un ojo de la cara, ¿me entiende?
Cerca de cinco minutos después, servicio a la habitación llegó con una botella en una cubeta de hielo y dos vasos en una bandeja de plata. Jimmy miró la etiqueta y se dio cuenta de que era Moet and Chandon, una famosa marca francesa, le dio una buena propina al botones y la llevó a la habitación
Sabrina estaba estirada sobre la cama con los brazos y piernas separadas con nada encima excepto una sonrisa.
Jimmy descorchó la botella e hizo los honores. "Salud por mirarte, niña" dijo como Bogart mientras chocaban vasos.
Sólo mucho después, cuando miró la etiqueta de la ahora vacía botella por segunda vez, se dio cuenta de que lo habían timado con una imitación Californiana de la verdadera champaña francesa.
***

Era una noche extrañamente cálida para el otoño en la costa de California central, por lo que Amanda había trasladado los arreglos desde el auditorio del Xanadú hasta el patio trasero del edificio principal.
Aquí no sería opacada por la magnífica vista del atardecer desde el acantilado orientado al pacífico que se obtenía desde el mirador del frontis, pero aún así se podían escuchar desde atrás los estallidos de las olas sobre las rocas abajo, como una serie de golpes accidentados; y se podían ver las estrellas comenzando a emerger por encima de las nubes cada vez más púrpuras, y el perfume de los bosques de secoyas circundantes parecían ofrecer el tono apropiado de languidez olfativa para el asunto entre manos.
Amanda comenzó a caminar dibujando pequeños círculos un momento antes de emperezar a hablar. Su simple caftán blanco y su largo pelo suelto meciéndose con el viento mientras se movía, sus oscuros ojos cafés y su nariz aguileña conformaban el talante de un pájaro rapaz cuya mirada mantenía fija en el mismo punto central de la audiencia.
"Hay caminos que nunca verán hasta que descubran que ya están en ellos," dijo, "hay puertas que nunca podrán encontrar hasta que las hayan atravesado”.
Este era más o menos el disfraz usual que usaba para el "Rito de Paseo por los Sueños"; así como la usual introducción.
"Hablo de el destello enceguecedor que transformó a Saúl mientras caminaba a Tarso (1) , sí, de Juana de arco despertando en medio de una conversación con sus voces, de Albert Hoffman pedaleando con su bicicleta mientras el LSD que sin saber ha absorbido altera el mundo a su alrededor…”
Básicamente éste era el grupo que usualmente enganchaba con estas líneas. Como siempre, Amanda los había examinado durante la recepción preliminar en medio del queso y el Chardonnay. Habían 23 repartidos cómodamente sobre pilas de almohadones varios, y estaban separados marcadamente por género, edad promedio entrando en los cuarenta, un grupo de profesionales de la creación (muchos de ellos en etapa de sequía creativa) entre los que habían guionistas, pintores, un escultor, poetas, un compositor, los diletantes y ávidos de siempre, pero ningún artista escénico.
“Moisés enfrentado a la zarza ardiente, sí, Mahoma encontrándose frenéticamente recibiendo instrucciones de Alá…”
Caminando cada vez más rápido, haciendo que la siguieran con los ojos.
“Experiencias trascendentes donde la mente común y corriente es transformada por poderes de algún lugar externo, ¡que suceden antes de poder inteligirlas! ¡En las que la transformación ocurre anteriormente a la percepción, que se ha manifestado en un déjà vu atrasado! ¡Estoy hablando de las extrañas experiencias límites de los profetas, visionarios y santos golpeados por Dios!
Amanda de pronto dejó de caminar, sostuvo su profético dedo sobre el rostro colectivo de su audiencia, sus facciones se endurecieron y se enrojeció un poco como si fuera a invocar lo innombrable desde las vastas profundidades ante sus ojos”.
“¿No es cierto?” preguntó con voz de trueno.
Sólo se escuchaba un latido.
"Mentira," dijo cambiando la voz completamente, hundiéndose en su sillón redondo de ratán preparado para ella y cruzando los brazos sobre el pecho con una pequeña sonrisa. “Estoy hablando del camino en el que todos nosotros nos encontramos cada noche, el umbral que todos atravesamos para llegar ahí, el camino hacia los sueños y la puerta del sueño.”
Sorpresa, sonrisas, suspiros, alivios: los tenía; el teatro introductorio había acabado, y ahora podría abrirse para estar con ellos, relajarse y ser simplemente Amanda.
"Después de todo, nunca recordamos el momento justo antes de quedarnos dormidos, ¿o sí?" dijo como hablándoles a un par de amigos en el living. “Nunca podemos recordar precisamente qué pasaba por nuestras cabezas en el momento que atravesamos ese umbral”
Y cuando tenemos insomnio, es la agonía de Tántalo en persona tratando de invocarlo en un acto de voluntad conciente ¿no es cierto?
Amanda tenía un repertorio preparado para media docena de este tipo de seminarios, a los que prefería llamar “experiencias” no sólo porque era una astuta herramienta publicitaria que servía bien en el Circuito New Age, sino porque justamente eran experiencias lo que en verdad buscaba expresar y obtener.
“Y de pronto estamos en el sueño sin saber exactamente cuándo o cómo llegamos ahí; sin saber si quiera que estamos ahí con mayor frecuencia sabiendo. La tierra mágica de nuestros sueños, de belleza y terror, de mensajes espirituales e iluminación, de terribles castigos y poderes inexplicables, más extraños que la verdad y más sabios que la ficción...”
Lugares como el Xanadú habían existido repartidos por doquier en las montañas de California mucho antes de que Amanda Dunston (40 años) se escapara de Marin Country para vivir su Tour Mágico Misterioso en Haight-Ashbury durante el Verano del Amor, mucho antes que naciera o que estuviera en planes de sus padres.
“Los niños vestidos con delantales de laboratorio creen que pueden dar cátedra sobre el sueño y los sueños. Te pueden explicar la estructura bioquímica del cerebro, y que el Movimiento Ocular Rápido es la firma fisiológica de tales estados…”
Montañas pobladas de árboles enfilaban la costa rocosa de California desde no tan más al norte de Los Angeles hasta la frontera con Oregon y más allá, y mientras más hacia el norte ibas, más profundos y maravillosos eran los bosques, y más escasa la naturaleza salvaje de las obras del hombre del siglo XX.
Eso era la California primaveral: rocas magras cafés y bosques verdes rodeados de niebla y murmullos silenciosos, un extenso y caótico borde de montañas acantiladas y cañones brumosos como ninguna otra costa en el planeta; el espinazo espiritual secreto de la tierra, escondido a la vista normal.
No era de sorprenderse que los monasterios Zen y las comunidades nudistas, los hermitaños solitarios o los poetas beatnik, los ascetas en túnicas y jeans y los libertinos practicantes del amor libre, además de quién sabe qué chamanes indios y secretos refugios medicinales anteriores a la llegada del hombre blanco se hayan deslizado hasta perderse en esta vastedad mística oculta.
"Pero eso sería como ofrecer un detallado análisis químico de la pintura del lienzo: verdad científica innegable hasta donde podemos saber, quizás, pero no exactamente una descripción útil de la Mona Lisa."
Así que lo que actualmente llamamos Circuito New Age siempre había estado aquí en una u otra encarnación, porque las orgías sagradas en ranchos, los centros para seminarios, los hoteles holísticos, y los lujosos retiros para artistas y escritores y peregrinos en busca de sanación crecen naturalmente y de forma orgánica en este paisaje como hongos alucinógenos y marihuana salvaje.
Así como siempre habrá un Hollywood santificando la cultura popular a través de cualquier transformación kármica en el reino de la ilusión mediática, también existirá siempre el circuito al que pertenecía el Xanadú (bajo cualquier nombre) para proveer comida mística para los ávidos espirituales.
Y Amanda no se engañaba: mientras hubiera dinero de incautos por ser cosechado, habrían vendedores de pócimas mágicas y sórdidos gurús de ocasión trabajando en el Carnaval Cósmico. Ciertamente debía cuidarse para evitar convertirse también en una, pues tenía mejores herramientas para obrar que la mayoría.
Porque muy pocos más en este circuito también actuaban en la televisión y aparecían en comerciales como ella, y nadie más que ella conociera asesoraba artistas escénicos. Y le preocupaba que algunas de las “experiencias” en su repertorio quizás sí tenían mucho de astutas técnicas del negocio del espectáculo y muy poco de iluminación genuina. Como la unión telepática mental, que en verdad no era mucho más que una variedad de Método Actoral y un par de trucos hipnóticos.
"Bueno, esta noche comenzaremos a partir de la noción no científica de que las visiones que vienen a nosotros en sueños se encuentran en el nivel más profundo de realidad y son las mismas visiones que se nos presentan en el acto de la inspiración artística…que la puerta al Sueño es también la puerta a nuestra imaginación creativa…”
Por eso “Rito de paseo por los sueños” era su favorita.
"Así podremos aprender a abrir esa puerta mediante un acto de voluntad conciente. Mientras estemos despiertos podremos invocar sueños sobre nuestras mentes lúcidas, invocar la inspiración desde nuestras propias y vastas profundidades y adquirir control conciente de nuestros propios poderes creativos.”
A continuación seguía en tono de disertación hablando sobre técnicas para conseguir sueños lúcidos, sueños como precognición, sueños para elevarse desde el inconciente colectivo de la especie por sobre la mente humana… pero todo esto era más o menos una forma de convencer a los clientes de que, en términos de tiempo, estaban haciendo valer sus 200 dólares.
El verdadero núcleo de todo esto, las técnicas en sí, podían ser explicadas, sino dominadas, en un par de minutos.
“Esta noche quiero que se queden despiertos todo lo que puedan antes de acostarse a dormir, quiero que estén lo más adormilados posible. Luego acuéstense y observen el flujo de sus propias conciencias. Traten de no pensar en nada en particular, no traten de dejar la mente en blanco, sino que dejen que lo que pase, pase. Simplemente acuéstense y que fluyan sus pensamientos usuales, los que sean, pero esta vez traten de observarlos sin tratar de ejecutarlos…”
Amanda se levantó despacio, se inclinó ligeramente hacia delante y observó al grupo empequeñeciendo los ojos levemente como si estuviera buscando algo.
"Sólo observen el pez tropical del pensamiento nadando por las aguas de su mente…”murmuró semihipnóticamente. “Si observan bien, lo sabrán cuando ocurra…en vez de palabras e imágenes y sentimientos desapareciendo de sus mentes en la oscuridad, las palabras y las imágenes y los sentimientos comenzarán a salir a flote, desde la oscuridad hacia ustedes…”
Amanda frunció el ceño, se enderezó de pronto, y sostuvo un dedo en lo alto. “¡Eso es!” exclamó. “¡Esa es la puerta! Lo que sale de ella son sueños, están justo en al borde de quedarse dormidos, y vienen del Mundo de los Sueños para ustedes.”
Ahora caminaba dibujando círculos pequeños, observando a la audiencia como un predador. "Traigan de vuelta hasta el último pedazo que encuentren, hasta que sientan que las palabras e imágenes salen desde ustedes otra vez. Luego háganlo todo de nuevo. Y otra vez. Varias veces hasta que el sueño se los lleve. Hagan esto un par de noches, hasta que aprendan a reconocer el umbral, el sentimiento, el aura…”
Se detuvo: "¿Qué hay realmente al otro lado del umbral? ¿De dónde vienen los sueños? ¿Del subconsciente? ¿Del Inconciente Colectivo jungiano? ¿De la mente divina?
Se encogió ingeniosamente. "Qui‚n sab‚?" dijo, “No importa. Una vez que dominen esta técnica, serán capaces de retener conciencia de la apertura de la puerta, sabrán cómo se siente, podrán ser capaces de saltar desde el estado de vigilia al del sueño lúcido, habrán aprendido cómo abrir la puerta y atravesar el umbral.”
Se sentó lentamente, dejando caer los brazos en un gesto de gentil rendición confusa. “Ustedes son gente creativa y son todos distintos, así que cómo logren ejecutar el siguiente paso depende de ustedes” dijo. "Dejen una grabadora a mano, o sus atriles, lo que sea, al lado de sus camas. Recuéstense y esperen el aura, el sentimiento, la apertura de la puerta, dejen que los sueños comiencen a fluir…”
Se inclinó aún más adelante y habló en un fuerte susurro de escenario, logrando el efecto de alguien impartiendo un secreto a la vez que evitando llamar la atención de escuchas no deseados.
“Y entonces lo que tienen que hacer es mantener la puerta abierta mientras se sientan en sus camas, cogen sus instrumentos y…dejan que los sueños los utilicen a través de ustedes…”
Amanda se rió. “Esta parte no les será tan fácil,” admitió. “Pero tarde o temprano, despertarán a la mañana siguiente con algunos bosquejos, algunas palabras, lo que sea, que parecerán por colocados por duendes. Y entonces lo primero que deben hacer es, con la ayuda de un poco de café, hierba, vino o quizás algo más fuerte, ustedes eligen, es tomar ese trabajo como un principio y seguir adelante.”
En ese momento, Amanda se levantó y comenzó a caminar muy lentamente alrededor de su audiencia. “El resto,” dijo, “depende de ustedes. Si persisten, se sentarán una mañana, completamente despiertos con su trabajo y sentirán el aura, y la puerta se abrirá, ¡y los Sueños se volcarán derrochando sobre ustedes!”
“Rito de paseo por los sueños” de verdad entregaba acceso conciente a la realidad trascendental que ningún humano podría negar. El reino, no sobrenatural sinsentido, sino al de los propios sueños.
Amanda detestaba el concepto de lo sobrenatural; la noción de que había un nivel de realidad independiente del reino de lo natural. Era precisamente este tipo de absurdo supersticioso lo que había pervertido las elucubraciones metafísicas de los Vedas en un ridículo panteón de ídolos lamentables, convirtiendo la pureza de la visión original de Buda en una serie de fórmulas mágicas y en general le dieron a la experiencia mística un mal nombre intelectual.
Lo sobrenatural era una contradicción de base. A saber, que es real. Y lo que es real, es natural. Todos los sistemas basados en la creencia en algo: astrología, Tarot, economía de libre mercado, o la Iglesia Católica Romana eran obstáculos en el camino a la iluminación experiencial.
Por supuesto, la ciencia era sólo otro sistema de creencias que se autoengañaba para creer que sabía lo que era real y lo que no, y los científicos eran otro sacerdocio bajo la franquicia de su propia marca de Realidad Última.
Y Amanda había experienciado mucho más de lo soñado en sus filosofías naturales. No experiencias sobrenaturales, sino experiencias trascendentes: momentos en que el velo de maya desaparece lo suficiente para revelar la claridad informe en el núcleo de todos los seres, la unidad caótica en el corazón del mundo.
Su contradicción es que es real.
Como muchos otros, Amanda había tocado la realidad trascendente mediante ácido y mescalina y algunos productos sintéticos bastante nocivos tras huir de casa en medio del Verano del Amor; había seguido al flautista a la Montaña Mágica por una temporada.
Como muchos otros, no había podido volver al lugar del despegue comandando sus poderes visionarios probados ahí, y ni ella ni la generación de Niños de las Flores se convirtieron en los bodhisattva de sus ardorosos ideales, por lo que habían vuelto de su viaje como portadores de la luz para transformar el mundo dichosos.
Pero a diferencia de muchos otros, los padres de Amanda Dunston no sintieron como su deber meter al genio en la botella una vez que volvió de San Francisco; ni siquiera buscaron convencerla de que su vida era real y de que el aburrimiento era honesto, no consideraron las historias de sus aventuras sicodélicas como los desvaríos dementes de una adolescente hippie enloquecida por las drogas que merecían ser exorcizadas para traerla a la realidad mediante psicoterapia o cosas peores si fuese necesario.
En vez de eso, escucharon en sus balbuceos las historias de comunión telepática en orgías grupales, de muerte del ego en el auditorio de Fillmore, de orgasmos trascendentes en mescalina, de aniquilación de la interfase yo-tu, y el resto de ellas con un interés que, si bien no era completamente acrítico, no se avergonzaba de permitirse cierto apetito, cierta envidia incluso.
Lo discutieron con ella en sesiones interminables, a veces pasándose un porro. Le sugirieron ciertas lecturas, le mostraron el arte mandálico y la música tántrica, le pagaron un retiro en un monasterio Zen, le compraron un equipo de biofeedback, y en general, en vez de descartar su experiencia y la de su generación como una aberración lunática, la convencieron gentilmente de que había sido, después de todo, muy joven, y de que lo que ella creyó sentir como la iluminación definitiva habían sido solamente sus primeros pasos en el Camino que sigue por siempre.
“Rito de paseo por los Sueños” terminó sin un grandilocuente floreo retórico sino con Amanda lanzando la última línea e su presentación formal mientras caminaba entre su audiencia mientras ellos se levantaban de sus cojines a su alrededor.
“Hay un estado superior” dijo en un tono más bien conversacional, “no es que yo lo haya alcanzado, pero he hablado con gente que dice haberlo alcanzado, y es cuando puedes abrir una puerta en cualquier lugar o momento que quieras.”
Y ahora le hablaba directamente a una poeta y a un guionista bloqueado mientras se encogía y sonreía una melancólica sonrisa. “Algún día, quién sabe, quizás llegue a alcanzarlo.”
Y su audiencia se había repartido convirtiéndose en una comunidad de los ávidos de siempre, y Amanda con naturalidad se había convertido simplemente en uno de ellos, sin estar conciente de atravesar esa puerta tampoco.
"¿Te vas mañana, Amanda?"
"No, Davidson ofrecerá un seminario sobre resonancia mórfica que en verdad quiero escuchar...."
"Lo vi en Esalon, es una cosa bastante vaga."
"Nunca se sabe...." dijo Amanda.
Y nunca sabías.
"Los primeros toques son gratis, chica", su padre le dijo una vez con la sonrisa del gato de Cheshire, "o eso parece en el momento, porque después te encuentras gastando el resto de tu vida en el camino del peregrino hacia el Palacio de la Sabiduría, aprendiendo cuando eres afortunada, y enseñando cuando alguien te lo pide.”
Palabras para vivir según, o una descripción precognitiva de lo que sería su vida adulta. Lo que quizás explicaba porqué Amanda era tenida tan en estima por sus compañeros participantes del circuito New Age: una comparsa de místicos, gurús, visionarios y charlatanes no exactamente conocidos por su falta de espíritu competitivo.
La mitad del tiempo que pasaba en el circuito, Amanda entregaba sus “experiencias”, y el resto del tiempo gastaba gran parte de sus ganancias para asistir a las de ellos, una renunciación del ego y una demostración de sinceridad espiritual a nivel pecuniario que ninguno de ellos estaba preparado para conseguir.
***

¡Qué comparsa más mugrienta! pensó Texas Jimmy Balaban amargamente en medio de un trago de bourbon excesivamente cargado al agua en El Fabuloso Sunset Room Kapplemeyer.
Si no hubiese traído a Sabrina desde el Hotel de Nueva York no hubiese tenido que huir a Catskills; si no le hubiese dicho que la había arrastrado a un basurero como el Kapplemeyer para buscar talento; y si no hubiese revelado su identidad a la administración como un imbécil, entonces quizás se hubiese escapado de la última hora y media de tortura.
Pero no, como de costumbre, tuvo que seguir a su verga, tuvo que pasarse de listo. Así que cuando el encargado llamó a la suite presidencial, la suite que le habían entregado gratis, por dios santo, para invitar al exitoso agente de Hollywood a mirar el espectáculo de variedades difícilmente estaba en posición de negarse a ninguno de los dos, a pesar de que tenía una muy potente intuición de cuán espantoso sería.
Dada su admitida propensión a elegirlas por las tetas y el culo más que por la personalidad radiante o por la conversación interesante, Jimmy se encontraba bastante a menudo deseando estar en cualquier otro lugar una vez que descargara sus bolas a discreción y que su pene abandonara la erección, por lo que la depresión poscoital no le era precisamente desconocida. Incluso conocía el elegante término psiquiátrico para el fenómeno, tras buscarlo una vez para asegurarse de que no se estuviera convirtiendo en un marica o algo así.
Pero estar sentado en el Fabuloso Sunset Room Kapplemeyer obligado por su propia astucia, observando una eternal sucesión de insufribles números que no hubiese tratado de contratar ni para un show de beneficencia en la Isla del Diablo y que morían en agonía tratando de despertar del coma a esta audiencia de zombies descerebrados elevaba su depresión poscoital a nivel de ganadora de Premio de la Academia.
¡Qué cagadero!
Las paredes estaban pintadas del verde pastel vómito que parecía ser la firma del Kapplemeyer; probablemente el viejo Kapplemeyer, si había uno, había comprado una provisión para cien años de esa cosa en los años en que el tío Milton Berle era famoso, únicamente que en el Sunset Room, para darle un toque jazzístico, alguien decidió mezclarlo con imitación de escarcha barata antes de usarlo. El piso consistía en un contrastante linóleo gastado de color verde oscuro, y una bola de espejos colgaba temblorosa del techo blanco que parecía cagado por palomas.
El escenario era a penas lo suficientemente grande para que cupieran los cuatro integrantes de la banda y un show, las luces consistían en un foco único y estático, y el sistema de sonido parecía sacado de un bar de motociclistas de Mississippi.
El lugar tenía cerca de treinta mesas además de un claro que en teoría servía de pista de baile, o sea que podías meter a todo reventar unos 130 o 140 en la temporada alta. Probablemente lo lograban (asumiendo que este basurero tuviera temporada alta gracias a que la vida nocturna en un radio de 50 kilómetros consistía en estaciones de bencina que atendían las 24 horas y una cantera de gravilla abandonada).
Por el momento, sin embargo, la audiencia la conformaban 31 (los había contado, siempre lo hacía por hábito) personas, si se les podía llamar así, aparte de él y Sabrina. Era posible que algunos estuvieran vivos, pero era difícil de saber. Los únicos que parecían tener claramente menos de cien años era uno que parecía vendedor viajero de cincuenta, la prostituta de diecinueve que lo acompañaba, un robusto bonachón en sus cuarenta que parecía ser el encargado, su compañera con un grave problema de sobrepeso, y tres japoneses en trajes idénticos, impecables, conservadores y azules que se inclinaban sobre sus tragos nerviosamente como si se estuvieran dando cuenta de que por error se habían bajado del metro en el Harlem en vez de The Village.
Era una audiencia que Texas Jimmy no le hubiese deseado ni a “Adolf Hitler y los Auschwitz boys”, una audiencia que ni siquiera le deseaba a la sucesión de shows que de hecho estaban condenados a enfrentarla.
Que hasta ahora consistía en una vocalista cuarentona en cuero negro y un mohicano rosado que asesinó versiones de Madonna y Annie Lennox; un ventrílocuo negro con un muñeco blanco; un trío de hippies ancestrales chillando espasmódicamente clásicos de Woodstock; un (en serio) violinista gitano; un mago en retiro tan frito que a penas podía repartir las cartas; y un imitador de Elvis tan gay como un árbol lleno de pajarillos.
La banda consistía en cuatro púberes espinilludos del colegio más cercano que parecían que estaban dispuestos a cortarte la garganta por una moneda y que tocaban como si estuvieses dispuesto a dárselas. El animador era un idiota musculoso en proceso de quedarse calvo, encajado en un esmoquin demasiado apretado con el cuello hasta el mentón y mangas para acompañar. Se había presentado como Jimmy antes de que la agonía comenzara: maestro de ceremonias, instructor de tenis y encargado del hotel.
“Hola, Sr. Balaban, sí que está de suerte hoy” había farfullado el imbécil, “hemos contratado a un fabuloso cómico de Hollywood esta noche, el único e incomparable, el increíble, famoso mundialmente, ¡Jaaaack Dunphy!”
Jack Dunphy era un nombre que Texas Jimmy de hecho reconocía vagamente (eso no significaba que le diera al tarado la satisfacción de hacerle una seña de reconocimiento); era un viejo refugiado del circuito de programas de juego de la tele que fue visto por última vez animando remates de autos usados en Bakersfield.
Según su reloj, todo esto había durado 90 minutos, cinco vasos de bourbon y un millón de años de estupefacción. Además, el trago lo habían estado cargando al agua cada vez más agresivamente para hacer el efecto de anestesia, o al menos eso le parecía a Jimmy.
Sabrina, por otro lado, tras compartir la botella de champán con él en la suite, había pasado por una serie tragos de mezclas dulces y nombres divertidos (nunca pidió dos iguales) de los que Jimmy nunca había oído hablar, la mayoría parecía tener ron o gin o ambos, y habían logrado ponerla bastante borracha.
Al menos ya no se estaba quejando por los shows, los que, aún para su gusto no profesional ni sofisticado merecían morder el polvo. Estaba sentada volviéndose verde lentamente gracias a la repugnante combinación mezclándose en su estómago. Jimmy esperaba que no fuera a vomitar. Aunque no la podía culpar, si esto seguía por mucho tiempo probablemente el también vomitaría.
En el escenario, Elvis transvertido no había sido reemplazado por Jack Dunphy, sino por un maldito show de perros, dos horribles y ruidosos Yorkshire terriers vestidos de rosa que saltaban aros azules doblando sus patas traseras, bailando entre sí o caminando en dos patas ayudados por una cincuentona vestida en un esmoquin negro y sombrero de copa que quizá en una encarnación anterior pudo haber sido una corista de Las Vegas.
Raro, Jimmy pensó, muy raro. Era levemente extraño que hubieran pasado siete números sin que todavía no saliera el humorista, incluso en un hoyo penoso como éste.
De hecho, dada la cantidad de tiempo que había pasado, el estado comatoso de la audiencia, y lo aburrido del número actual (en el fondo del barril de lo aburrido), Jimmy estaba comenzando a albergar alguna esperanza de que el tormento estuviera a punto de terminar, de que Dunphy no se hubiera presentado y que este fuera el último número de la cartelera.
No podían tener algo peor que esto esperando salir, ¿cierto? ¿Cierto?
El show del perro terminó con un apagado aplauso del vendedor y el encargado, y con los empresarios japoneses cortésmente asintiendo con la cabeza y carraspeando.
Y silencio.
El escenario vacío.
Silencio.
Silencio.
El maestro de ceremonias fue empujado hacia el escenario y apareció mirando hacia atrás sobre su hombro con una expresión más bien estúpida y confundida. Alcanzó el pedestal del anticuado micrófono para apoyarse.
"He, hum… señoras y señores, me han informado que Jack Dunphy no podrá estar esta noche con nosotros…he, um...."
"Se cayó a la piscina de un reactor nuclear y se convirtió en una rana de 400 kilos!”
Una potente voz desde la audiencia, penetrante y rasposa: parecida en parte a Jimmy Durante, en parte a Popeye, en parte a una sierra circular golpeando una lámina metálica.
El anfitrión miró a la audiencia con una pegada expresión de imbécil. Dado el nivel de habilidad actoral y manejo del tiempo sagaz mostrado anteriormente, Jimmy estaba bastante seguro de que este no era un show del que esperaba ser parte. ¿Qué sería?
"Pero, eh…envió un reemplazo, al fabuloso, mundialmente famoso, al único e incomparable…he, um…”.
"Ralf!" ladra la voz desde la audiencia. De verdad un ladrido. "¡Ralf! ¡Ralf! ¡Erre –A- ELE –EFE, cara de mono!"
"El increíble, he… Ralf...."
El anfitrión, más que apresurar la salida, huyó hacia la derecha mientras el hombre tras la voz apareció zumbando por la izquierda.
Medía aproximadamente 1,70, de contextura como un gorila en miniatura con un leve sobrepeso (la piernas un tanto cortas y los brazos un tanto largos para su cuerpo), tenía una gran cabeza y su pelo grueso pelo rizado parecía haber sido peinado con una batidora, lo cruzaban canas por aquí y por allá como si alguna vez hubiese metido la verga en un enchufe.
Por su mirada parecía que lo hubiese hecho antes de subir al escenario. Tenía unas orejas como dumbo que parecían poder colgarse de un árbol, y grandes ojos azules brillantes que daban vueltas como tragamonedas que simplemente no pegaban con su tez mediterránea de aspecto enfermo. Una nariz bulbosa que casi parecía rehecha por un cirujano plástico para lograr un efecto cómico, y una boca de labios gruesos que se movían constantemente.
“Paz y amor, poder para el pueblo,” carraspeó haciendo el signo de paz con su gorda mano derecha.
Llevaba blue jeans, una llamativa polera gastada de satín teñida con patrones sicodélicos, zapatillas con los cordones sueltos, y un signo de la paz de cobre colgando de una correa de cuero, aproximadamente del tamaño de una pizza pequeña.
Se detuvo, dio un paso adelante, dos hacia atrás, llevó a su mano a su frente para taparse la luz del reflector como un vigía indio y observó a la audiencia.
"Oigan, esperen un segundo, ¡esto no parece Woodstock! Dónde están los teñidos con anilinas? ¿Dónde está la hierba? ¿Dónde están las borrachas en toples? "
A pesar de que no lograba levantar completamente a la audiencia desde el mundo de los muertos, Texas Jimmy se encontró a sí mismo deslizándose hacia el borde de su silla. Había algo en este tipo, algo sobre su soltura, sobre el mirlitón de su voz, algo en la extraña actitud que había asumido frente a esta audiencia, algo en su entrada…todo eso se sumaba a la loca energía que llegaba derecho al cerebro de Jimmy....
La nariz sabe, Jimmy pensó. Quizás todavía no sé qué es lo que sabe, pero la nariz sabe.
Ralf puso sus manos sobre sus caderas y se dirigió a la audiencia indignado. "Oigan, ¿qué es esto? mi agente me dijo que haría el número de clausura en la “Era de Acuario”, no una ¡vigilia mortuoria en la morgue de un asilo de ancianos!"
Silencio absoluto.
"¿Dónde está Joe Cocker? ¿Dónde están los Airplane? ¿Dónde está Hendrix? Oigan, si esto es Woodstock, entonces son ustedes, cadáveres, los que hay que meter en la máquina del tiempo!"
Silencio.
Ralf se metió dos dedos en su gran bocota y emitió un punzante silbido. "¿Alguien sigue vivo aquí?
Caminó hasta el borde del escenario y apuntó con violencia a la joven prostituta del vendedor.
"¡Tú!" espetó. "Vamos, sé que al menos respiras, puedo ver tus tetas moviéndose en tu escote, dónde diablos estoy?”
"¡El Fabuloso Sunset Room de Kapplemeyer!" la chica logró articular en una risita quejumbrosa.
"¿El flatulento barco sombrío carademoco?" preguntó con un arrebato de indignación que puso la bola de espejos a temblar.
Sus ojos comenzaron a dar vueltas en horror. Retrocedió un par de pasos más, observando el lugar como si de verdad lo viera por primera vez.
"Éstas paredes pintadas como baño público.... el anfitrión y su esmoquin de cortejo fúnebre de 10 dólares... esos estúpidos tragos tropicales con sombrillas plásticas color mosca..." se quejó. "Oh, Dios mío...oh no, díganme que no es verdad, esos idiotas se equivocaron: no me mandaron a Woodstock sino que al cinturón Borscht (2)!"
La antenas de Texas Jimmy se sacudían como una cucaracha en el suelo de una pastelería. La hora y media previa de aburrimiento estaba olvidada y perdonada.
Como el guión de la rutina en sí, el material de este tipo no era exactamente algo para volverse loco, y además aún no hacía reír a nadie, pero Jimmy estaba seguro de que nada de esto estaba planeado, de que lo estaba improvisando.
Ralf empuño sus manos. "¡Voy a matar a mi agente!" gritó. Hizo una mueca. "Sólo que...¡el hijo de puta no va a nacer sino en 100 años más!"
Se encorvó levemente y comenzó a dar pasos en pequeños círculos, refunfuñando y contorsionando la cara como una pantera enjaulada de dibujos animados. "Cinturón Borscht... Woodstock...norte de nueva York,... no estoy tan lejos…no puede ser tan malo... tiene que haber un taxi por aquí en alguna parte...."
Se detuvo, se encogió y miró a la audiencia fijamente.
"Porque sí estoy en el fin de los sesenta sicodélicos, ¿no? los cabeza de larva por lo menos acertaron en el año, ¿cierto?” dijo en un tono angustioso. "¿Cierto? ¿Dylan, los Beatles, Mr. Natural, Easy Rider, Charlie Manson y su ejercito de comandos de la muerte? ¿Toda esa buena mierda?"
"Son los noventa, imbécil," gritó el encargado cara de perro, "¿de qué planeta dices que vienes? Ja, Ja, Ja"
Esta salida, ayudada por la risa de caballo del tipo logró sacar algunas risas horrendas. Ralf calculó el tiempo preciso para lanzar su respuesta, haciendo una pequeña mueca antes de lanzar la línea completa.
"Del Planeta de los Simios igual que tú, cara de mono," le lanzó, rascándose la cabeza y los sobacos como un chimpancé, "sólo que en la época desde donde vengo, lo creas o no, caminamos derecho!"
La respuesta sacó algunas risas más, a pesar de que Jimmy estaba bastante seguro de que los idiotas que se reían no lo habían entendido.
Ralf dio un paso y se alcanzó la nariz. "¡Esperen un poco! ¿Los noventa? ¿Mil puntos de plagas? ¿Los PC? ¿Fumé pero no jalé? ¿La salamandra Gingrich? ¿O.J? ¿El vello púbico en la coca cola de Clarence Thomas?¿La reunión de Boris Yeltsin con Jack Daniels?" (3)
Hizo otra mueca, esta vez más grande mientras se golpeaba un costado de la cabeza con la mano. “¡Mierda! se quejó. "¿O sea que mi material está obsoleto por treinta años?"
"¿Éste es el número al que me arrastraste a ver a este basurero?" Sabrina preguntó.
"¿Las aventuras sexuales de Nixon? ¿Un pequeño tropiezo para la humanidad? ¿Qué es largo y verde y cuelga de los árboles en Vietnam? ¿No es divertido, cara de monos?"
"Cálla," Jimmy dijo por el costado de su boca sin mirarla ni darse cuenta. Cuando la vio estaba furiosa, "perdona, cariño, pero cierra la boca y escucha, ¿si? estoy trabajando.”
"Dénme un respiro, ¿si? Cuando me metieron a la máquina del tiempo me dijeron que iría a 1969, a Woodstock, no al cinturón Borscht, mi agente me prometió que un cuarto de millón de baby boomers en LSD se reirían con mi número de la muleta de goma, ¡no doce cadáveres junto con Vlad el Impalador!"
"Este tipo es horrendo...."opinó Sabrina antes de conceder el silencio absoluto.
Por el murmullo quejumbroso, el resto del público presente parecía coincidir.
"Bueno, el problema es que cuando estaba en el siglo 22 -guau, qué par tiene ésa que acompaña al deshausiado- no presté atención a mis cursos de Historia Chatarra, que de todas maneras no tenía tanto sentido del humor. Vamos, denme una pista, ¿qué es divertido ahora? ¿La cerveza Billy volvió? ¿Radovan Karadzic tiene una lavandería étnica? ¿La madre de todos los hijos de puta?”
Bueno, esta rutina del humorista del futuro que cae en el tiempo-espacio equivocado estaba funcionando como pedorrearse con fuerza en una sinagoga de Williamsburg. Este material era lo que podías esperar de un humorista de tercera clase en etapa terminal lanzado hasta acá a copiar el libro de chistes equivocado.
El asunto era que no existía tal libro, ni su versión de los 90, ni de los 60, ni del siglo 22 ni ninguna. Estaba seguro de que estaba improvisando todo. O que el personaje que estaba interpretando, Ralf, el comediante del futuro, lo estaba improvisando.
Este tipo estaba completamente metido en el personaje.
Y eso era lo que tenía a Texas Jimmy Balaban llamando al mesero con los dedos y sacando una tarjeta de presentación de su billetera.
Porque el personaje por el que estaba absorbido era de hecho como la intrusión de otro tiempo, de otra película, como si Bugs Bunny de pronto apareciera en medio de los The Waltons.
Como un desconocido personaje cómico de Robin Williams lanzado a improvisar su propia versión alienígena para una versión anacrónica de Mork del planeta ork.
"Ve a esperar a este tipo, apenas baje del escenario le das mi tarjeta, dile que Texas Jimmy Balaban quiere comprarle un trago y hablar de negocios," le dijo al mesero mientras le daba la tarjeta y un billete y diez dólares.
Bueno, las posibilidades eran pocas o ninguna de que Ralf fuera un actor cómico y humorista de improvisación del mismo calibre que Robin Williams, un talento como ese aparecía probablemente cada más o menos cien años, por lo que no era probable que el próximo apareciera sino hasta el siglo 22.
Pero si este tipo no era Williams, entonces era lo único que podía ser, y eso era algo más común, un fenómeno con el que Jimmy estaba bastante familiarizado.
¿Pero quién no era así en el negocio?
Tiny Tim. Pee Wee Herman. Michael Jackson. Howard Stern.
Talentos o que se volvían locos desde que tomaban el micrófono y creaban un personaje cada vez, o los que habían creado uno para usarlo todo el tiempo, pero que se habían metido tanto en él que se habían olvidado de que estaban actuando y el personaje los había absorbido.
Números desquiciados como éste se daban poco y espaciadamente en el tiempo, pero el síndrome era bastante común dentro del establo de estrellas menores que Jimmy tenía contratadas como clientes y cuyo objetivo eran los circuitos de programas de tv de concurso y discusión vespertina.
Después de todo, había mucho talento y las plazas donde ubicarlos era infinita. Incluso para los treinta canales en el sistema de cable secundario.
Texas Jimmy manejaba cerca de una docena de cómicos profesionales de variados niveles de mediocridad. Pero nunca había tenido a uno grande en verdad, así que éstos eran los clientes a los que se aferraba.
Pero para pagar la renta, y el auto, y la pensión, y para sus gastos, y para que le quedara algo con qué jugar, Jimmy, al igual que los productores con los que trabajaba, no podía darse el lujo de darle la espalda a ciertos números de “variedades”: a los clones de Madonna desquiciadas por la anfeta, a los ufólogos chiflados, a los gurús que se hacían enemas de yogurt, y trasvestis difrazados de Marilyn Monroe que se movían en el circuito llenando tiempo al aire por una o dos temporadas antes de que los muchachos de blanco llegaran con sus redes y camisas de fuerza.
En el peor de los casos, Ralf, el comediante del futuro, sería un aporte dentro de la usual gama de tales números lunáticos. Quizá un gran aporte. O el tipo era un actor cómico genial o estaba loco, pero de cualquier manera tenía los movimientos y el manejo del tiempo, Jimmy podía notarlo incluso tras verlo estrellarse en Fabuloso Sunset Room Kapplemeyer. Si estaba lo suficientemente cuerdo como para trabajar con material escrito por profesionales y tomar unas pocas clases de actuación, ¿quién sabe hasta dónde podría llegar?
Ojalá no tan lejos como el imitador de Elvis con el que Jimmy había trabajado bastante bien cerca de ocho meses. Después de eso había desaparecido, y al tiempo se supo que había tratado de estrellar un viejo Cadillac Eldorado rosado contra las puertas de Graceland a toda velocidad...
Que Ralf llegara a su mesa jadeando no más de cinco minutos tras de hacer su escape de la malhumorada audiencia zombificada, con la misma ropa que llevaba en el escenario y observando la tarjeta de Jimmy parecía poner de manifiesto su exceso de ganas.
De cerca, su ropa parecía aún más cliché. La polera de patrones sicodélicos parecía hecha de un plástico barato, ni siquiera poliéster. Las zapatillas eran claramente imitaciones de Reebok malayas. Los jeans de seguro ni siquiera eran de mezclilla. El cinturón de cuero era una falsificación de Levi’s. El medallion de la paz a Jimmy le recordó un pretzel de Filadelfia un poco más grande, lo único que le faltaba era mostaza.
"¿Texas Jimmy Balaban?" Ralf dijo. "Es gracioso pero no pareces tejano."
Miró el escote de Sabrina mientras se dejaba caer en una silla, miró el reverso de la tarjeta, miró a Jimmy e hizo una mueca: "Pero sí pareces un representante.”
Ralf no necesitaba que le lanzaran algo en la cara antes de enfrentar una cámara. Sus grandes ojos azules eran claros y sin marcas rojas. Su piel grisácea y sus poros enormes a Jimmy le parecieron un paisaje lunar. Además, sus encías y dientes no se veían sanos.
"Tú, por otro lado, parece que necesitas un trago” dijo Jimmy a la vez que llamaba a un mozo. "¿Qué quieres, Ralf?" le preguntó mientras en la barra aparecía balanceándose el anciano mesero que aún vestía su esmoquin de Bar Mitzvah.
"¿Oye, barman, sabes hacer un Sobreviviente Especial?" preguntó Ralf.
"No," le respondió el mesero con un tono cortante y exasperado, exigiendo que lanzara la estúpida broma de una vez. "¿Cómo haces un Sobreviviente Especial?"
"Dos medidas de alcohol de docientos grados en un vaso pequeño con hielo y con agua de las cañería de Chernobyl. Si sobrevives, eres algo especial."
"Ja, ja” Dijo el mesero. "¿Vas a pedir o no un trago?
"Ese trago es real del tiempo de dónde vengo, cara de mono," dijo Ralf.
"Vodka en las rocas con agua Evian y una tajada de limón”, dijo Jimmy rápidamente. "¿Eso está bien para ti, Ralf?"
"¿Tienen vodka de verdad?" preguntó Ralf. "¿Tienen limón de verdad? Odio esa mierda sintética, sabe a desinfectante de inodoros y parece gelatina de mocos."
El mesero entornó los ojos y se fue. Sabrina hizo una mueca.
"Que asco," dijo.
"Oye, ya no estás en el escenario, ahora puedes relajarte," le sugirió Texas Jimmy.
"No puedo describir cuánto me alegra escuchar eso," Ralf le dijo sarcásticamente. Hizo una pantomima de desconectarse del estómago por encima de su horrenda polera que imitaba el teñido con anilina.
"Mi representante me dijo que me aprendiera una rutina de los sesenta, me disfrazó con esto y me envía al pasado sin a penas dejar cambiarme la ropa interior, vamos, Ralf, será sólo por un par de semanas, aquí tienes algo de sencillo de la época, podrás comprar lo que necesites cuando llegues allá… pero la cagaron y me lanzaron a los noventa… la máquina debería recogerme el 15 de noviembre de 1969, lo que significa que ya llegó y se fue hace décadas. Estoy atrapado aquí, en este disfraz de mono, sin trabajo ni dinero necesario para comprar un cambio decente de ropa, en la época terminal del siglo 20, la que, como podrás ver, Balaban, no será exactamente un año de cosechas tras otro, pero oye, relájate, no hay problema!"
Su gran boca movediza lo salpicaba todo como en medio de un monólogo, pero no era muy gracioso, sus pesadas cejas estaban fruncidas, y esos ojos azules parecían crepitar en odio verdadero.
O era locura genuina, o el tipo simplemente no sabía cuándo desconectarse, pensó Jimmy.
Lo que fuera, no perdía nada con seguir averiguando al menos por ahora. Texas Jimmy no era exactamente inexperto en tratar con gente que alegaba haberse bajado recién del barco desde la Atlántida, o ser el sobrino marciano de Busby Berkeley.
La pregunta por hacerse no era si esta gente estaba loca en el coco (4) o si simplemente estaban resueltos a mostrarse ante ti, sino qué tan rentable era su actuación. Y de ser así, si estaban o no atados en compromisos contractuales.
"¿Puedo hacerte una pregunta en serio?" dijo Jimmy con neutralidad.
"¿Esperas una respuesta en serio?"
"¿De verdad tienes agente?"
"¿Si tengo agente...?" Ralf repitió lentamente. “¿Se refiere a si tengo agente ahora...?"
"Quiero decir si tienes un contrato del que no puedas salir."
"Lo tendré, en alrededor de ciento cincuenta años más," dijo Ralf y se tomó la cabeza teatralmente. "Pero estaré muerto entonces, ¿no? así que a quién le importa, dejen que el hijo de puta me demande. Aunque por otro lado… "
Por fortuna para el equilibrio interior de Texas Jimmy, que estaba comenzando a llegar a un punto de exasperación que rayaba en lo abstracto y persistente (y no resultaba usualmente en un número muy divertido) el mesero llegó con el trago de Ralf.
Ralf tragó una gran cantidad, se lamió los labios, sacó el limón con sus dedos, lo sostuvo ante sus ojos y lo estudió reverentemente por un momento como un joyero apreciando un raro diamante, luego se lo echó a la boca con cáscara y todo y lo masticó lentamente con lo que parecía una sensación de placer genuina.
"Este basurero lúgubre de pasado tiene sus recompensas,” dijo sonriendo.
El cerebro de Jimmy comenzó a sentirse como si flotara libre en la ampolleta de su cráneo, y gracias a la cantidad de agua que el lugar le había estado lanzando al whisky difícilmente podía ser el trago.
Esta última representación había pasado levemente a ser demasiado convincente para ser una representación. O Ralf de verdad era un esquizo o…no, la otra posibilidad era ridícula....”
"Estábamos hablando sobre representación." dijo Texas Jimmy tratando de llevar la conversación hacia el planeta tierra. “Creo que tu número tiene potencial…”
"De verdad…"
"necesita trabajo, necesita material escrito por profesionales, necesita ser conducido más cuidadosamente, tú me entiendes, pero creo que tienes lo que se necesita. Yo me llevo el 30% de todo, pero con eso le pago a los escritores de chistes, al profesor de actuación y el seguro, y si quieres puedo manejar tus finanzas sin cobrarte de más. ¿Estás interesado?"
"Bueno, sí." dijo Ralf en el tono menos frenético y más ordinario que saldría de ese par de labios de payaso. "Quiero decir, bajo estas circunstancias, qué opción tengo? Llegué tan tarde como los años que tiene esta preciosura al único show que podía, mis chistes están obsoletos, y faltan al menos cien años para que el idiota de mi representante recién haya nacido, así que supongo que acaba de conseguir un cliente, Sr. Balaban."
"Oye, mira, pongámonos serios, el trato se cancela si tienes un contrato válido con otro representante, lo último que necesito en el mundo son más enredos legales," Jimmy advirtió, "con mi esposa ya me sobran los…"
"¡Tu esposa!" ladró Sabrina. "¡No me dijiste que estabas casado!"
Mierda.
"Solo en el papel, cariño," Jimmy dijo rápidamente tomando su mano para darle seguridad. "Y no por mucho tiempo, créeme, solo tengo que solucionar un par de problemas legales para…"
"Vas a hacer que me encausen como cómplice en un mugroso juicio…"
"Relájate, no pueden extraditarte a California por una mugrosa demanda de divorcio, además, no creo que el detective…"
"No me dijiste que te estaban siguiendo, hijo de puta" Sabrina gritó. Sus ojos giraron en torno al mugroso Sunset Room Kapplemeyer con los ojos salidos de furia. "¡Por eso me arrastraste tan lejos hasta este cagadero!"
"Cállate," Jimmy masculló mientras las cabezas de un par de abuelos semicomatosos giraban temblorosamente en dirección a su mesa.
El rostro de Sabrina se endureció tanto como el corazón de un cobrador de impuestos. "Si no me das plata para el taxi de vuelta a New York ahora mismo, Jimmy Balaban," musitó, "Comenzaré a gritar sobre cómo me inyectaste heroína para poder encajar tu pene enfermo en mi inocente y virgen culo."
"Jesús…"
"Con trescientos dólares alcanza," dijo Sabrina cruzándose de brazos sobre su amplio busto.
"No traigo tanto efectivo," Jimmy le dijo. "Pero mañana iremos a un cajero automático"
"¡A la cuenta de tres! ¡Uno! ¡Dos! Tr.."
"Es un trato, yo te presto el efectivo," dijo Ralf. "Me puedes pagar mañana."
Sacó un modesto rollo de billetes de un bolsillo de su pantalón, separó tres y se los alcanzó a Jimmy.
Eran billetes de cien. Estaban muy nuevos y apretados. La tinta no parecía…
"¡Dámelos!" dijo Sabrina, quitándoselos de sus manos haciendo un bonito floreo teatral y desapareciendo por la salida derecha.
"¿Podía ver otro de esos billetes, Ralf?" Jimmy dijo suspicaz.
"¿Qué tienen?" Ralf dijo nervioso mientras sacaba uno. "¡No me digas que esos tarados echaron a perder eso también!"
Jimmy estudió el billete de 100. No era ningún experto juzgando dinero falso, pero si era una imitación no podía saberlo. Y si él no podía, un chofer de taxi promedio tampoco podría. Ciertamente parecía un billete de cien dólares perfectamente legítimo, a lo más un poco antiguo. Pero a veces te da esa sensación porque el banco decide sacar una variedad nueva de las arcas del tesoro....
Jimmy miró otra vez.
Hizo una mueca.
El billete era del año 1969.

(1) En verdad San Pablo Apóstol iba hacia Damasco (Tarso fue el pueblo donde nació) cuando tuvo la visión que lo convirtió al Cristianismo. Tarso pertenece a Turquía y Damasco a Siria. (Nota del trad.)

(2) El cinturón Borch, o Borch Belt, es una manera informal de llamar al grupo de centros vacacionales alineados en las montañas de Catskill, al norte de Nueva York, que en el pasado eran frecuentados por Judíos. Borch es un plato típico de Europa del Este europeo típicamente relacionado con la comunidad de inmigrantes judíos en USA.

(3) En su discurso inaugural, George Bush padre habló de un millón de puntos de luz para referirse a los trabajadores voluntarios; fumé pero no inhalé fue lo que respondió Bill Clinton cuando le preguntaron si había consumido drogas; Newt Gingrich fue un vocero de la casa banca; O.J Simpson es un ex jugador de fútbol americano acusado de asesinar a su esposa; Clarence Thomas es un juez de la Corte Suprema acusado de acoso sexual; la última referencia es alusiva a la perestroika, o la modernización de la economía de la Unión Soviética.

(4) Original en español

1 comentario:

Oliver Allen dijo...

Norman Spinrad. He walked among us (caminó entre nosotros). 1992. Novela publicada con derechos de autor abiertos. La pienso publicar completa de a poco (son 453 páginas).